Acabo de entrar en el metro en Argüelles y son las diez de la mañana. No tengo clase hasta las doce y he estado dando una vuelta por Moncloa. Estoy en la línea 6, la circular, y aún faltan unas cuantas paradas para llegar a Méndez Álvaro, donde cojo un autobús hacia Aranjuez.
El vagón está casi vacío: unas diez personas. Al otro lado hay un joven y una persona mayor. En el medio hay dos mujeres con un bebé y el cochecito del niño y frente a mi hay una mujer muy guapa. Tendrá unos treinta años. Es delgada y lleva su largo pelo castaño recogido con una pinza. Tiene puestos unos vaqueros y un jersey de lana más bien ajustados y lleva unos zapatos negros con un pequeño tacón. Va bien maquillada y en las manos lleva un periódico, un bolso marrón y una carpeta llena de papeles.
En Príncipe Pío se abre la puerta que comunica los dos vagones y entra por ella un hombre. Tiene una mochila negra que deja en un asiento y va mal vestido. No es que su ropa esté vieja o sucia sino que parece que ha sacado cada prenda del armario de diferentes personas y luego se las ha puesto. De la cartera saca una bolsa pequeña de plástico y empieza a repartir unas fotocopias entre la gente. Con una mala caligrafía puedo leer:
"Javier tiene leucemia.
Los medicamentos para tratar su enfermedad son muy caros y no puedo pagarlos.
Javier tiene buen corazón, ayúdenme.
Por favor, devuelve la fotocopia"
Por favor, devuelve la fotocopia"
Cuando salimos de Puerta del Ángel el hombre pasa recogiendo las fotocopias y el poco dinero recogido y se va por donde ha venido cruzando al otro vagón. La mujer me mira y me hace un gesto que creo comprender: me dice "¿sabes que Javier no existe?". Con otro gesto le respondo "Lo sé, pero al menos desayunará algo caliente". Ella mira a través de la ventana al hombre y se levanta. Se pone al lado de la puerta y antes de bajarse en Lucero me mira y me sonríe: "¡Buen día!". Le devuelvo la sonrisa deseándole también un buen día y saco mi cuaderno y un boli.
Estoy llegando a Méndez Álvaro y acabo de terminar de escribir esto.
26 de octubre de 2005, 19:02
Sip, estoy d acuerdo. A saber que le habrá llevado hasta donde estaba.
26 de octubre de 2005, 21:02
Que Sacris casi ligas, menos gestos y mas pedir el número del móvil. JAJAJA
26 de octubre de 2005, 21:25
Sacris podrías escribir un libro con las cosas que te pasan en el metro. Que conste que lo digo en serio. Un besazo y gracias por escribir (si no lo hicieras no podría ser lectora de tus relatos)=> (es de lógica a que sí :P)
26 de octubre de 2005, 23:51
En un solo trayecto de metro te puedes tropezar con muchos retazos de historias, de vidas que contar. Lo bueno es estar ahí alerta para descubrirlas.
Saludos
27 de octubre de 2005, 13:23
Es fantastico ver como las vidas distintas se cruzan en un punto común que quizá no se vuelva a repetir jamás... inmortalizarlas siempre ha sido una de las cosas más bonitas de esta vida (o eso creo yo).
Belen (Flaqui)
"besos, caminos que no se hallarán
dichoso del río que encuentra su mar,
labios que nunca se van a juntar,
historias que no se darán jamás..."
Fede Comín (Diez Menos Cuarto)
28 de octubre de 2005, 12:14
Anna ya saldrá el libro jeje
Laura, Flaqui, encantado de teneros por aquí :)
1 de noviembre de 2005, 17:16
impecable crónica urbana la que has hecho a la buena velocidad prosísitica de los subsuelos urbanos...........Saludos