“Había una vez un hombre, que confiaba en encontrar la felicidad al otro lado del frondoso bosque que divisaba ante él. Para conseguirlo, le dieron tan sólo un machete. A pesar de no haberlo utilizado nunca, fue abriéndose camino poco a poco con el machete, creyendo que en poco tiempo lograría cruzar el bosque. Sin embargo se encontró un río, demasiado ancho para saltarlo, demasiado profundo para atravesarlo andando, y no sabía nadar. Al cabo de muchos días frente al río, se le ocurrió que podría probar a hacer una pequeña balsa ayudándose del machete. No sabía como, pero fue probando y probando, hasta que al cabo de unos meses, logró hacer una balsa que resistiese. Así logró cruzar el río. Una vez cruzado, decidió llevarse la balsa con él, pues no sabría en que momento podría aparecer otro río, y necesitarla. Sin embargo, el camino se hacía demasiado pesado con la balsa a cuestas, y cada vez le costaba más avanzar. Pero se resistía a abandonar aquello que tanto le había ayudado y que con tanto esfuerzo había construido. Cuando ya no pudo más, se quedó tirado en el camino, llorando de impotencia. Siguió sólo su camino. Al cabo de un tiempo encontró otro río y se lamentó de haber abandonado aquella balsa. Sin embargo, cuando decidió hacer otra, se dio cuenta de que sólo había tardado dos días en terminarla, y lo estúpido que había sido por no dejar aquella balsa en su momento... puesto que lo que debía haberse llevado de ella, era simplemente la experiencia de haber aprendido como hacer una balsa.”
Jorge Bucay