
Hay días que pasan sin pena ni gloria en los que cuando llega la noche y haces balance te das cuenta de que no has escrito en tu diario personal nada que merezca la pena. No es que no hayas hecho nada ese día, a veces llenamos la agenda de cosas solo por estar ocupados y no pensar, sino que todo aquello en lo que hemos gastado el tiempo nos resulta vacío. La semana pasada tuve uno de esos días. Llegué a casa cansado y desganado pero cuando llegué había algo esperándome que hizo que mereciera la pena todo el día vivido. No me tocó la lotería, ni encontré la mujer de mis sueños, ni se me apareció la Virgen... ni nada por el estilo: solamente fue un pequeño detalle de un amigo. ¿Solamente? ¿He escrito solamente un detalle? Si solamente hace falta un detalle para que un día se vuelva azul. Son cositas que nos cuesta poco dar: un saludo o una sonrisa, o simplemente preguntar que tal fue el día. No digo que haya que estar saludando a todo el mundo o sonriendo aunque no tengamos ganas, pero si fuéramos capaces de dejar de ser robots, mirar a los ojos a la gente y andar sin mirar al suelo el mundo sería un poquito mejor.
Escrito a principios de año.
Hace menos de un mes leía una columna de Coelho en una revista que habla sobre la soledad. Contaba que acababan de encontrar el cadáver de un obrero japonés que debía llevar muerto más de veinte años y que nadie le había echado en falta. Me pareció una noticia curiosa, sorprendente, triste y como poco rara por las múltiples casualidades que se producían.
Anteayer en el telediario me acordé del texto de Coelho cuando vi una noticia que contaba que acababan de encontrar a un hombre que llevaba 4 años muerto. Sus vecinos no se habían dado cuenta. Le habían puesto varias denuncias por no pagar la comunidad pero nadie se percató siquiera del olor puesto que vivía en el piso más alto y la vecina más cercana pasaba largas temporadas fuera de la casa. Fue su hermano quien, después de cuatro años sin saber nada de él, decidió ir a visitarle y se encontró con lo sucedido.
Esta mañana otra noticia ha vuelto a recordarme el articulo aquel. Resulta que en una casa de La Coruña, un hombre ve que tiene una humedad en el techo y sube a avisar al vecino de arriba, como es normal, para que lo arregle. Nadie da señales de vida y avisa al presidente quien con un cerrajero entra en la casa y se encuentra con el dueño muerto. Como pagaba religiosamente las facturas de la comunidad que le mandaban al banco nadie se interesó en porqué dicho vecino tenía siempre el buzón lleno de cartas y nadie lo recogió durante los dos años que llevaba muerto.
¿Como debe ser el día a día de alguien a quien nadie echará de menos? Me viene a la mente el documental “Hay motivo”, no se si habéis tenido ocasión de verlo o sabéis de que trata. Son una serie de cortos quizás algo partidistas que se rodaron poco antes de las elecciones, pero no por ello dejan de decir varias verdades. Uno de los cortos hablaba sobre los ancianos que viven (y mueren) solos. Hay un momento que sale una anciana en su casa, está acostada en su cama y la cámara la enfoca. No se oye nada y pasa un rato así y realmente puedes sentir su soledad.
Todo el mundo en algún momento de su vida se ha sentido solo, y no me refiero a la soledad buscada sino a esa que aparece cuando no es bien recibida. En esos instantes todo pierde su sentido y nos invade la desgana y la apatía. Pasamos ratos bastante amargos y nos sentimos vacíos y fuera de lugar, pero la gran mayoría de nosotros no estamos en esa situación de no tener a nadie: algún familiar o algún amigo aparece de repente para preguntarnos que tal y sacarnos una sonrisa.
Por desgracia hay gente que por unas cosas o por otras no tiene tanta suerte. Vivimos en una sociedad que es fascinante: somos capaces de hablar con gente que está a miles de kilómetros de nosotros y en cambio no conocemos a nuestros vecinos. Quizás la persona más sola del mundo vive al lado de nuestra puerta y ni siquiera nos hemos dado cuenta.
A esos fueguitos que dan vida a mi llama cuando en mi hoguera solo quedan ascuas.
Me encanta el texto de los fueguitos de Eduardo Galeano. Ya he hecho referencia a él en otras ocasiones, como cuando hablé del Vitriolo, puesto que pienso que describe bastante bien a la gente. Solo hay una cosa de la que no estoy de acuerdo del todo: las tres líneas del final.
El viernes pasado en la clase de Redes me aburría como una ostra. Entonces con tres folios me dio por hacer esto y me puse a jugar con mis barquitos. Al principio eran tres buques en guerra y al poquito se convirtieron en La Pinta, La Niña y La Santa María surcando el mar en busca de América.
Al acabar la clase mi obra de arte - juguete se perdó (o más bien la dejé para que se divirtieran los que se quedaron a la siguiente clase que yo no tengo) y nada, como el sábado me aburría en casa también... pues lo repetí.... y le hice esta foto.
Pongo mi voz a este poema de Mario Benedetti.
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:)