Bueno, muchos de vosotros sabéis lo que pienso de los paraguas... es decir:
que los hombres no los usamos (
al menos los hombres mojados). Pues bien, ayer mi paraguas decidió vengarse de mi y de todos los años que lo he tenido marginado y condenado al ostracismo en un rincón o en una mochila. ¿Que como lo hizo? Pues bien, os cuento. Resulta que ayer salí de trabajar y como tenía bastante pinta de llover me subí al autobús en vez de ir andando a casa. Entonces me avisaron mis padres para que encontrara con ellos en otro lugar y tuve que bajarme del autobús justo a medio camino entre mi casa y el lugar donde estaban mis padres. ¿Que creéis que pasó? Pues si
señoras y señores: el cielo que estaba completamente gris descargó sobre mi un chaparrón en nada de tiempo.
Como he estado acatarrado y de baja (
jamás en la vida un catarro me había noqueado de esa manera) pues decidí ser prudente (
mejor prevenir que curar) y sacar mi paraguas de la mochila para no mojarme ni recaer ahora que empiezo a levantar cabeza, y cuando iba yo tan feliz cantando bajo la lluvia con esa voz tan parecida a la de Sabina que se me ha quedado (
algunos dicen que es de Darth Vader) ocurrió lo que estáis pensando:
el paraguas se vengó.
Mi paraguas es (
era) de esos con los que los niños juegan porque tienen un botón que hace que se estire y se abra el paraguas entero, y queda una varilla metálica tensa que hace que permanezca abierto. No señores, no se dio la vuelta con el viento: ¡se partió la varilla y se plegó el paraguas entero sobre si mismo! Justo en el momento en el que más llovía se me cerró encima dejando una varilla suelta como prueba, antes de que lo intentara, de que no se iba a abrir (
y claro. cuando lo intenté, que lo intenté, pues no se abrió).
Ains, ains, ains... estos paraguas dichosos se han vengado de mi, y como conclusión...
cuando llueve, lleves o no lleves paraguas... te mojas igual.