Son las doce y estoy de vuelta de la facultad. Mi compañero acaba de dejar el tren y se ha bajado en su estación después de ganarme tres partidas a las cartas. De hecho me ha dado una paliza, en media hora no he logrado hacer una escoba. “Ya tendrás suerte en otras cosas” me dice al despedirse.

El tren ha vuelto a parar y una mujer que se acaba de subir se acerca hasta mi sitio. Estoy sólo en los cuatro asientos y me aparto un poco para que se pueda sentar, iba demasiado cómodo. Me da las gracias y la miro y veo que una lágrima cae al suelo. Es una mujer joven, delgada, morena, bastante atractiva. Tiene el pelo castaño con mechas rubias en las puntas y unas gafas de sol azules que ocultan sus ojos. Lleva unos pantalones vaqueros muy desgastados, unas nike blancas y un polo blanco con rayas azules. En las manos tiene varias pulseras de tela de colores y un reloj metálico. En una de ellas trae un porro casi consumido y en la otra el bolso, un jersey y una carta arrugada. Se la ve nerviosa.

Al mismo tiempo un peruano que acaba de subir a pedir empieza a tocar con su guitarra una melodía que me suena mucho y empiezo a cantar yo antes que el, en bajo, soy muy tímido y no se cantar.

Vuela esta canción para ti Lucia la más bella historia de amor que tuve y tendré…

La mujer me mira y saca del sobre la carta. No quiero ser indiscreto, pero leo en el sobre escrito con un rotulador rosa un “te amo” con mayúsculas. Se da cuenta de que la miro y la sonrío, me devuelve la sonrisa y se pune a leer su carta

Es una carta de amor que se lleva el viento…

Dejo de cantar y me limito a escuchar al peruano y a mirar el reflejo de la mujer en la ventana. Canta muy bien. La canción nos está llegando mucho y la mujer vuelve a meter la carta en el sobre y trata de guardarlo en el bolso. Está muy nerviosa y le cuesta. Me vuelve a mirar y me sonríe. Precipitadamente se levanta y me dice “voy a fumar fuera, cuídamelo” y sin más deja el bolso en el asiento y sale al espacio que hay entre los dos vagones.

Tus recuerdos son cada día más dulces…

Entre tanto el peruano está poniendo punto y final a la canción con su guitarra y empieza a pedir dinero. La mujer vuelve a entrar, no han pasado más de veinte segundos. Me da las gracias por cuidarle el bolso y me vuelve a sonreír. Sin conocernos, hemos repartido penas en tres gestos.

Me fijo y más de quince personas han dado dinero al cantante. Pocas veces he visto eso en un metro o tren. Llegamos a Atocha y la pierdo de vista. Me oculto entre el montón de gente que cambia de vía y pienso que la vida no debiera ser así.

Hace un rato que llegué a casa y estoy escuchando a Serrat.

2 comentarios

  1. piradaperdida  

    me encanta esta historia, creo que ya la había leido... gracias por compartirla en tu blog

  2. Anónimo  

    Me gusta la historia, es muy bonita.
    Para mí, todas y cada unas de las canciones tienen magia, están escritas con la intención de transmitir sentimientos, con ese intento muchas son capaces de llegarnos siempre que las escuchamos como si fuera la primera. Como si nunca la volvieramos a escuchar, sacando de ellas todo el jugo... es la manera más sencilla, pero a la vez más complicada de amar. Pues cada canción nos recuerda a un momento a muchos momentos, a muchas personas, y a muchos sentimientos.. en fin empiezo a rayarme. No podría vivir sin música.
    Algo que me asombra, es cuando nos enseñan una canción que acompaña a nuestro ánimo, no se si es casualidad pero te alegra o entristece, según cm te encuentres... Vamos que amoo la música

    Besos Isa

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